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VERANO DE 84


Es todo un descubrimiento este film que ya arrastra dos años, pero no se equivoquen esta tan fresco como su protagonista. Verano del 84 se revela como un trabajo con un guión ágil y ameno, complementado con una estupenda banda sonora de sintetizador compuesta por el dúo canadiense Le Matos para transportar al público a los 80.


La historia nos traslada a un tranquilo verano de 1984 en una de esos pequeños suburbios donde parece que nunca pasa nada. Allí transcurren los días del adolescente Davey y su pandilla de amigos, que reunidos en la casa del árbol dan sus primeros tragos de alcohol y comienzan a despertar al sexo mirando revistas picantes, o espiando a través de la ventana, cómo la guapa vecina que es el objeto de sus deseos, se desprende de su ropa. Verano del 84 es una película que utiliza, sin ningún rubor, todos los estereotipos y lugares comunes de aquellas obras ochenteras para llevarlas a su terreno.



En la pandilla, acompañan a Davey, que ejerce esa familiar tarea de repartidor de periódicos por los buzones del vecindario, el amigo gordito, fiel y algo temeroso, el malo que prefiere pasar las horas en la calle para no presenciar las continuas peleas de sus padres, el cerebrito del grupo (con gafas, cómo no, que siempre son señal de inteligencia superior) y la chica rubia y explosiva que pasa de ser la antigua amiga del protagonista a su improbable novia.

El guión ofrece una segunda lectura muy interesante sobre hasta qué punto conocemos a la persona que vive en la casa de al lado. Como bien apunta Davey, en la voz en off que acompaña al relato, todo asesino tiene vecinos y cualquier cosa puede suceder tras esas cortinas que separan la vida idílica del peor de los panoramas (algo extrapolable a las relaciones familiares de los personajes, como esos padres de la chica que se están separando cuando nadie sospecha que tienen problemas).


RKSS y sus guionistas, realizan una más que meritoria labor a la hora de introducir las justas dosis de humor, diálogos con guiños cinéfilos -esa referencia a presencias demoníacas por el hecho de que el vecindario esté construido sobre un cementerio indio- y, sobre todo, dar ese salto mortal sin red en su violento tramo final, cuando la más o menos inocente peripecia juvenil va tomando un insospechado (y cruel) cariz más cercano a aquellos territorios del slasher que tan bien conocía John Carpenter en La noche de Halloween (1978). Es aquí cuando Verano del 84 desvela sus verdaderas cartas como notable ejercicio de suspenso y se desmarca del resto de plagios ochenteros para abrazar su propia identidad, gracias a un desenlace tan desesperanzador como nada complaciente, dejándonos un sabor amargo y rogando por una segunda parte.








Por Iván Zamorano Herrera


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