Existen leyendas urbanas de todo tipo y el cine ha sabido sacarles provecho tanto en frente como detrás de cámaras. Historias como la “maldición Poltergeist”, el “niño fantasma” de Tres Hombres y un Bebé, el munchkin que se ahorca en pantalla mientras Dorothy y su pandilla saltan alegremente en el camino de los ladrillos dorados en El Mago de Oz; son historias que perduran y aunque en su mayoría ya han sido desmentidas (la “maldición” no es tal, el “niño fantasma” es un recorte de cartón del actor Ted Danson que olvidaron en el set, el munchkin ahorcado es en realidad un pelícano abriendo las alas), aún así la gente vuelve a ellas. Por morbo, sí, pero también porque han logrado darle cierta mística a estas películas, uno que va más allá de las imágenes en pantalla; las ha hecho parte del imaginario colectivo.
Y luego están las películas que han sabido utilizar nuestra fascinación con las leyendas urbanas, los mitos y los hechos inexplicables para inventarse su propia mitología, con resultados mixtos. Y no hay mejor ejemplo del efecto que estas “leyendas” pueden tener que El Proyecto de la Bruja Blair, de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, que en 1999 pasó de ser una sencilla historia sobre tres jóvenes perdidos en un bosque y azotados por un mal literalmente invisible, a un fenómeno de masas, que dio pie al subgénero de found footage, hoy ya desgastado y fue un éxito a escala mundial; todo esto con una película que en realidad sólo puede ser vista una vez para ser verdaderamente efectiva.
No contentos con haber filmado la película de forma casi guerrillera, Myrick y Sánchez fueron un paso más allá y le crearon todo una leyenda digna de un libro de Stephen King; la bruja que rondaba en el bosque y que siglos antes había cobrado muchas víctimas menores de edad, testimonios de los lugareños, la triste y chocante historia de tres jóvenes que desaparecieron misteriosamente, los informes policiales de su búsqueda que luego de meses no dieron ningún resultado; un lugar maldito donde no se podía poner pie, un mito casi folclórico. Se publicaron libros, se transmitieron especiales de televisión, los tres actores se mantuvieron lejos de cualquier cámara y pronto, muchos empezaron a considerar la posibilidad de lo que se veía en pantalla era real, el video casero de tres chicos demasiado curiosos que enfrentaron un abrupto final.
Fue un triunfo de marketing, pero la supuesta leyenda creada alrededor de la Bruja perduró algunos años más; Book of Shadows, la impensada secuela, se burló de todo el fenómeno y el fanatismo y resultó ser mejor de lo que muchos piensan, aún si su propio director, el documentalista Joe Berlinger, prefiere hacer como que su única incursión en la ficción nunca existió. Hoy en día, ya quedó claro que todo fue inventado (y el “Expediente del Caso” sigue en mi repisa acumulando polvo, acusadora señal de credulidad) y una tercera entrega, Blair Witch de Adam Wingard, no fue más que otra cinta found footage del montón.
Con la Internet y las redes sociales dominando todas nuestras interacciones en la actualidad, resulta casi imposible guardar un secreto como lo hicieron Myrick y Sánchez; siempre hay alguna web o algún troll con tiempo libre listo para lanzar spoilers como granadas (o enlaces ilegales, o fotos de un set, o un largo etcétera); desmentir una leyenda urbana sería sólo cuestión de segundos.
Pero hay cineastas que quieren seguir intentándolo, como la dupla de David Amito y Michael Laicini. Antrum: The Deadliest Film Ever Made es claramente ficción, pero existe un pequeño morbo que hace que todos, en el fondo, quieren que siquiera una parte sea real. Se trata de una película “maldita”, realizada en los 70s, cuya única función pública resultó en un incendio en el cine, sin sobrevivientes. Todos los programadores de los festivales donde osaron incluirla fallecieron. Y como nos informa un documental (barato) al inicio, lo que vamos a ver es la única copia que existe, a nuestro propio riesgo.
Dejando de lado sus satánicos orígenes, ¿qué es Antrum? Es la (realmente sencilla) historia de un niño que, tras perder a su perro, es llevado por su hermana a acampar al bosque, donde se proponen cavar un agujero hacia la puerta del mismísimo Infierno y así recuperar al can, condenado al Averno tras haber mordido a su dueño; se suceden los momentos surrealistas de rigor, hechos imitando el estilo de tanta cinta de corte “satánico” que apareció en las épocas de El Exorcista y La Profecía, además del cine estilo grindhouse.
No deja de llamar la atención que este supuesto filme maldito no es más que dos niños caminando por el bosque mientras se sobreimponen imágenes de cabras, demonios y pentagramas, que en algún momento quiere volverse un remedo de Masacre en Texas. Resulta de muy bajo perfil para ser una película que puede matar a quien la vea; uno se espera algo más transgresor, más chocante.
No se puede negar que algunas de sus imágenes subliminales resultan efectivas, aún si todo depende de la susceptibilidad de cada uno; pero el mayor acierto de Antrum es que, a pesar de ser falsa, da una sensación de que tal vez, algo de lo que dice puede ser real; y es este morbo, esta ambigüedad, lo que despierta curiosidad. Demás está decir que si esta película se hiciese de forma más convencional no llamaría tanto la atención, sino que se perdería entre la cada vez más numerosa cantidad de cintas de terror indie que se hacen cada año.
Antrum se va por otro camino; no le resulta del todo su pequeña innovación, pero es prueba de que, en el fondo, a todos nos llaman la atención las leyendas urbanas y los supuestos mitos; y basta con idearse uno medianamente ingenioso para poder sobresalir. Es parte de la mística del cine y del cine de terror en particular y algo que seguiremos viendo, a pesar de vivir en una época donde la mayoría son cínicos inmediatos.
Por Ernesto Zelaya
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