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CAPÍTULO 1 - Un terrible hallazgo

Un terrible hallazgo



A mediados de 1800 aparecieron en Santiago tres huevos de basilisco. Unos campesinos los encontraron cuando vieron a unos gallos saliendo desde el túnel que se colaba bajo la choza donde Pedro vivía.


No podemos ir al campo. Tenemos que ver lo que hay dentro dijo el más viejo.

Mañana lo hacemos, el patrón quiere que hoy cosechemos todo explicó Pedro sin dar mayor importancia a lo que pasaba en su hogar.


El viejo sabe lo que dice apoyó Mateo. Él pasó muchos años en Chiloé y vio cosas que acá en Santiago ni se imaginan, pero existen.


Resignados, los hombres más jóvenes usaron pala y azadón para ampliar el túnel. Luego de avanzar un metro y medio se encontraron con unos extraños huevos. Pedro no les dio importancia y sintió que había perdido el tiempo, pero Mateo quiso saber lo que pensaba el viejo.

Son huevos de un ser mitad gallo y mitad reptil que se llama culebrón, también le dicen basilisco acá en Santiago. Los reconozco por su forma redonda perfecta señaló con seguridad mientras los movía con su bastón. Fíjense bien, no tienen esa como punta de los huevos de gallina o serpientes.


Los hombres se agacharon para apreciarlos de cerca.

Además, son de un color blanco tirando a gris con una cáscara rugosa describió Mateo.

¿Qué hacemos entonces? ¿Los rompemos? Pedro levantó su azadón para golpearlos.

¡No! Tenemos que llevárselos a los curitas, porque si lo dejas acá tu familia y todos corremos peligro el viejo relató las leyendas de enfermedad y muerte que auguraba la presencia de un basilisco si el huevo eclosionaba.


Llevémoslo al patrón sugirió Mateo. Vivimos en su tierra, los huevos son suyos. Él sabrá qué hacer.


No nos creerá, mejor vamos a la iglesia del reloj redondo al fin Pedro entendía lo que amenazaba su casa.


Sí, vamos donde los jesuitas, porque estos huevos son obra del Diablo.


De inmediato los guardaron dentro de un saco y fueron a la iglesia de la Compañía de Jesús para entregarlos.


Los religiosos minimizaron la preocupación de los campesinos y les dieron calma ofreciendo excusarlos con el patrón por no ir a la cosecha. Además se quedaron con los huevos para rociarlos con agua bendita y ofrecerles misas, así podrían destruirlos eliminando por completo el mal que estaba formándose en su interior.


Cuando los campesinos salieron de la iglesia, Pedro estaba feliz con la buena voluntad de los religiosos, pero el viejo no compartió su sentir.


En Chiloé sabemos que la única forma para destruir al culebrón o basilisco se logra de dos formas: una es rompiendo el huevo inmediatamente y matando al gallo que lo puso, pero acá ya lleva tres. Es muy tarde dijo resignado. La otra opción es prenderle fuego al lugar donde ataca.


Usted cree que los curitas tendrán que quemarlo, ¿entonces? comentó Mateo.


Ya veremos, ya veremos. Al menos no es problema nuestro ahora.


Ese mismo día, cuando el sol se había ocultado, los jesuitas se reunieron frente el altar de su iglesia para revisar los huevos y decidir qué harían con ellos.


Hubo varias propuestas atractivas, pero el hermano superior al fin tenía en su poder la oportunidad de conocer y dominar una creación del Diablo… y no la dejaría ir con tanta facilidad. Su actuar podría llevarlo directamente a un sitial en el vaticano. Por ello propuso guardar los huevos de basilisco en una celda bajo su iglesia para atrapar al ser que naciera de ellos.


Disculpe, pero es demasiado peligroso tener los tres huevos en el mismo lugar dijo un hermano desde las sombras.


Dios está con nosotros, podremos contenerlo sin problema respondió molesto.

Sugiero que nos quedemos con uno y los otros dos se los entreguemos a las congregaciones religiosas cercanas dijo con absoluta calma.


Son monjas, no sabrán reaccionar si el huevo de basilisco eclosiona… a pesar de su fuerte resistencia, el sentido común y su egocentrismo lo llevo a aceptar. Solo se aseguraría de tener el primer huevo que se abriera.


A medianoche, tres jesuitas se colaron en los túneles secretos que unen a Santiago bajo tierra y fueron hasta la iglesia de la Orden de Santa Clara ubicada en Alameda de las Delicias, a solo unos metros del cerro Santa Lucía para entregarles un huevo explicando su plan. Por supuesto la madre superiora aceptó honrada la confianza depositada en ellas.


En la noche siguiente, el tercero huevo se entregó a las monjas Agustina porque su templo aún estaba en construcción gracias al diseño del arquitecto italiano Eusebio Chelli, fuertemente ligado a la iglesia católica.


Los meses pasaron y el huevo de basilisco no presentaba cambios. Eso desmotivó a los religiosos y prácticamente se olvidaron de su presencia, hasta que llegó una de las mayores celebraciones religiosas del año: La inmaculada Concepción de María. Ahí celebran que la Virgen María estuvo libre del pecado original desde el primer momento de su concepción por los méritos de su hijo Jesucristo.


El 8 de diciembre de 1863 la Iglesia de la Compañía de Jesús realizaba la misa con alrededor de dos mil personas en su interior. Ningún religioso estaba velando el estado del huevo de basilisco y como si hubiese sido manipulado por una macabra sincronicidad, el huevo eclosionó.


El monstruo asomó su cuerpo mitad reptil y gallo a las sombras de su celda. Su despertar venía cargado con una irresistible sed de sangre. Con sus garras y pico rompió con facilidad los barrotes oxidados de la celda.


No sabía a qué lugar dirigirse, pero el ruido de la muchedumbre arriba en el templo lo atrajo. Siguió los caminos olvidados por los sacerdotes y se encontró con un festín de personas extasiadas de fe por el sermón del sacerdote.


Para el basilisco había llegado el momento de comer y lo disfrutaría.


Texto original SHFF 2022

por Michael Rivera Marín



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