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CAPÍTULO 2 - Horror en la iglesia de la Compañía de Jesús


El basilisco no sintió temor de la multitud, porque se encontró con Mariano, quien había sido llevado por su mamá al interior del templo. Inés quería agradecerle a Dios por haber sanado a su hijo de un terrible brote de tifus.


A sus seis años, a Mariano no le interesaban las palabras del sacerdote que estaba rebosante de alegría desde el altar mayor, prefería entretenerse mirando las alfombras donde se sentaban las mujeres, porque ellas no tenían permitido sentarse en los asientos.




Fue así como vio al basilisco moviéndose con dificultad entre la multitud que llenaba la iglesia. En primera instancia pensó que era una gallina y luego de unos segundos descubrió sus alas y la cola de lagartija. No tuvo miedo, le resultaba graciosa la fusión y lo quiso compartir con su mamá, por lo que le tironeo el vestido, pero Inés estaba atenta a las palabras del sacerdote.


Entonces Mariano decidió tomar una vara de la crinolina del vestido para moverla y gritarle a su mamá, pero su voz se ahogó. El animal saltó hacia él y le desgarró el cuello con un picotazo.


La sangre fluyó fresca y caliente sobre la cabeza con forma de gallo. El placer de sentirla hizo que el animal emitiera un débil cacareo moviendo sus alas que aún eran pequeñas y débiles, no lo sostenían para volar, solo le daban un mejor impulso.


Inés intentó socorrer a Mariano, sin tener éxito.


Las personas estaban tan apretadas, que el basilisco pudo escalar por los cuerpos para huir saltando de cabeza en cabeza para terminar aferrándose con sus filosas garras del pilar cercano al altar mayor, donde el sacerdote daba un sermón esperanzador.


El descontrol se apoderó de la iglesia, pero no por miedo del monstruo asesino que se había aparecido ante ellos, sino por fe. La gente reconoció en el basilisco a un enviado divino, un verdadero milagro de Dios.


Como si de un coro se tratara, las personas empezaron a gritar Gloria a Dios. Otros vociferaban que un ángel había bajado a darles una señal. Incluso un hombre tomó del hombro a Inés y le dijo:


La felicito, ha sido bendecida con su hijo.


La mujer lo miró sin comprender sus palabras. Ni siquiera entendía por qué sostenía el cuerpo sin vida de su hijo, siendo que había ido a la iglesia para agradecer el milagro de su sanación y ahora Dios se lo arrebataba de esa violenta forma.


No sienta miedo, él estará descansando en el Santo Reino.


Apenas el hombre terminó sus palabras, unas personas intentaron arrebatar la ropa, la sangre y la piel de Mariano. Querían llevarse con ellos algo del cuerpo de un futuro santo, pues el niño no podría tener otro destino.


Desde el altar mayor, el sacerdote invitó a la calma de las personas, que como si de una ola humana se tratara, comenzaron a empujarse para estar más cerca del basilisco. No importaba a quienes aplastaran, niños, mujeres o ancianos. Toda la atención estaba centrada en el monstruo que había saltado al altar y se movía con total descaro entre los objetos litúrgicos.


Sé lo que eres y de dónde vienes le dijo el sacerdote al monstruo.


Los acólitos, en un acto desesperado, le arrojaron agua bendita para detener su espíritu endemoniado, pero no lograron nada más que enfurecerlo. El animal levantó su cresta en señal de pelea y los muchachos retrocedieron temerosos.


El basilisco se giró hacia el público y se levantó sobre sus patas traseras, desplegó sus alas para mostrar una actitud desafiante. Eso provocó que los feligreses detuvieran su tren de olas y se arrodillarán. Sentían que el monstruo los estaba bendiciendo.


Los religiosos apostados alrededor de la iglesia fueron a cerrar las puertas de la iglesia, lo cual no sería sencillo, pues abrían hacia adentro.


Había alrededor de dos mil personas ahí dentro y nadie debía salir con vida, pues solo con un sacrificio detendrían al basilisco sin dejar pruebas de su existencia.


¡No puede escapar!


El grito del sacerdote hizo que los acólitos se arrojaran sobre el basilisco para detenerlo. Uno de ellos lo cogió de una pata, pero no consiguió retenerlo mucho tiempo, porque el monstruo le atravesó el brazo de un picotazo. Por suerte, el compañero le cogió un ala para que el sacerdote le reventara encima una lámpara de parafina, la cual también salpicó los adornos de gasa y papel.


El olor a quemado que expelió el basilisco le sacó una pequeña risa de satisfacción divina al sacerdote y le aventó otra lámpara para completar su misión. Claro que eso no detuvo al animal, que con su brazo arañó a su captor y se liberó.


De inmediato saltó del altar hacia un cuadro de lienzo que llegaba hacia el techo, pero no lo consiguió llegar a las ventanas de arriba porque el fuego que aún ardía en su cuerpo encendió el cuadro haciéndolo caer sobre las personas desesperadas por huir de aquel horror.


Solo el fuego nos purificará gritó el sacerdote subiéndose al altar mayor, para que los otros religiosos abandonaran cualquier sentimiento de piedad.


La mamá de Mariano tuvo que abandonar los restos de su hijo en manos de los fieles para huir. Como las mujeres no tenían derecho a asiento, llevaban alfombras para sentarse en el suelo, pero con el descontrol provocado, esas alfombras entorpecieron que las personas huyeran, tropezándose.


Inés corrió hacia la puerta que aún tenía un espacio abierto para escapar, pero su ancho vestido con armazón se enredó con el de otras señoras que iban saliendo y cayeron al suelo tapando el paso de la puerta.


Por supuesto que hubo a quienes no les importó pisotearla o caerse encima de las mujeres. Fue así como Inés murió bajo decenas de personas que lucharon por inútilmente por escapar.


El fuego se expandió con una velocidad sorprendente por todos los rincones de la iglesia, haciendo colapsar la cúpula, el campanario y la torre del reloj. El siniestro podía verse desde distintos puntos de Santiago… y lo que era peor, no existía un grupo organizado que tuviera la preparación adecuada para detener el incendio. Así que el rescate estuvo a cargo de personas comunes y fue prácticamente infructuoso.


Las monjas de la Orden de las Clarisas vieron el humo negro que se tomaba la noche sobre la ciudad y comprendieron lo que había sucedido: el huevo de basilisco había eclosionado.

Ellas debían prepararse para que su templo no corriera el mismo destino que el de los jesuitas y la solución estaba en los túneles bajo Santiago.




Texto original SHFF 2022

por Michael Rivera Marín




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